miércoles, 17 de marzo de 2010

De los estandartes


Sobre el disco poco hay que decir que no refiera sensatamente Diego Manrique aquí. Como en tantas ocasiones ya antes, la presencia de los Chieftains da un poco de risa floja y el corazón lo ganan el falsete huasteco de El caballo, lo mariachi y una somnolienta Canción mixteca con la que Cooder se hace eco a sí mismo a lo largo de los años y quebrantos.

Pena de otro cariz es la portada, que propone elementos no por obvios menos hermosos pero tiene un acabado extraño, como de proyecto defectuoso, y una tipografía atroz, con tanto que se hubiera podido hacer.  

Pero el disco regala, aún así, una buena historia. Una historia que los Chieftains contribuyen a simplificar, en un ejercicio de streamlining emocional, ay, típicamente aplicado a lo irlandés por propios y extraños. Algo que llega hasta los detalles de una visión histórica. Un ejemplo: la representación preferida de la bandera de los San Patricios que he encontrado en una búsqueda no demasiado exhaustiva, contra la complejidad a la que parecen hacer referencia las (sí, dudosas) fuentes históricas, no es sino la canónica arpa sobre el verde esmeralda, símbolo compartido por millones de cojines de ganchillo en el sur de Boston.

Me parece que ocurre a menudo con las banderas antiguas en representaciones populares. Símbolos únicos toman el lugar de complejos entramados de retales. Podría haber ello una prefiguración o la sombra inevitable de los logotipos modernos, más que de las narrativas secuenciales de la heráldica antigua, con su confluencia de genealogías y funciones y su espacio multiplicado, que permitía acoger todo tipo de intereses y mensajes. Incluso como involuntarias narrativas secuenciales, condición que podrían compartir, por ejemplo, con los estandartes que representan vidas de santos o pasos de un martirio. He visto en procesiones de Cerdeña banderas que harían las delicias de Scott McCloud.

Tampoco esto de aquí abajo hace justicia a lo que creo haber intuido, pero así estamos.

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